domingo, 4 de octubre de 2015

La leyenda de Luhag y los primeros hombres en la tierra

Cuenta la leyenda que hubo un tiempo en el que el mundo de los espíritus estaba en total sincronía con nuestro mundo, una era en la que los espíritus vagaban libres entre uno y otro mundo sin más preocupación que aquella que significaba su propia existencia.
Los espíritus del tiempo se movían con él, los mares bailaban al son de sus ninfas, los árboles se llenaban de frutos gracias a las diligentes manos de los espíritus del bosque, todo aquello que parecía ser existía y ciertamente era. 

Todo parecía estar en armonía, los espíritus se deleitaban con su libertad y sus poderes para reflejar en este mundo algunas de las maravillas en el suyo abundaban, pero la verdad es que nada era del todo perfecto, todos los espíritus concordaban en que algo faltaba en aquel mundo, del que por orgullo halagaban su propia intervención. 

Si bien le era permitido vagar libremente por esta tierra y copiar algunas de las maravillas de su mundo en el nuestro, no tenían permitido habitar, tocar o disfrutar ninguna de aquellas cosas que tan orgullosamente crearon. 

Con dolor los espíritus veían a sus hermosas creaciones vivir y llenar de color nuestro mundo, hermosas bondades y maravillosos milagros que nadie podía disfrutar. Una noche, acordaron todos que debían crear un ser, similar a ellos para habitar este mundo, un animal capaz de comprender, observar y aprender de todos los regalos que ellos habían ofrecido. 

Los espíritus de la tierra ofrecieron las bases, los de la luz y la oscuridad le dieron alma, los del viento sentidos, los del tiempo una oportunidad y así cada espíritu donó algún a aquella masa que poco a poco fue tomando forma, todos menos Luhag, un espíritu mañoso pero sabio, un ser sensible y tal vez demasiado testarudo, empeñado en mantener un equilibro, porque según pensaba no todo puede ser, en este mundo, o en aquel, símbolo inequívoco de completa libertad. 

Así que Luhag no aportó nada, no es que importara mucho pues ninguno de los otros espíritus tenía una clara idea de el por qué de su existencia. Así pues aquella masa fue depositada en la tierra, poco a poco conociendo y comprendiendo aquel mundo en el que los espíritus lo habían hecho vivir. 

Le llamaron hombre y tras de él, quizá por puro orgullo continuaron creando muchos más. Durante siglos, la armonía entre esos hombres y los orgullosos espíritus parecía perfecta, una conexión que poco a poco se fue haciendo frágil, gracias a que aquellos hombres, si bien no tenían poderes como los espíritus, sabían de su semejanza y comenzaron a llenar sus corazones del mismo orgullo que sentían los espíritus por su existencia. 

Pronto aquel orgullo se convirtió en egolatría, aquella egolatría en soberbia y poco a poco en un imponente sentimiento de superioridad que poco a poco fue separando a ambos mundos hasta el punto de hacerlos prácticamente incompatibles. 

Fue en ese entonces que los espíritus comenzaron a pensar en el grave error que habían cometido y estaba dispuestos a iniciar una guerra con tal de acabar con aquel horror, pero Luahg, el viejo y terco Luahg los persuadió de darle una oportunidad de estudiar a aquellos hombres en busca de algun remedio menos agresivo. 

Tres noches tardó Luahg en cruzar los mundos, llegando a la tierra solo para mirar el horror en que se habían convertido estos seres. Primero intento hablarles pero a sus oídos, su voz era ajena, luego intento mostrarles pero para sus ojos Luahg no era nada, enojado y herido por la vanidad de aquellas criaturas, Luagh deseo acabar por sí mismo con aquellos hombres y desplegó sobre ellos sus poderes. 

Poderes de desgracia, desdicha y dolor maldijeron a los hombres y lograron doblarlos más no acabarlos. Luagh se dio cuenta que el orgullo y soberbia de aquellos hombres era tal que, fuera cual fuera la plaga que el creara, el hombre, aunque débil lograba una vez más colocarse de pié. 

Desesperado y consumido por su deseo de destrucción, hizo temblar la tierra, hizo crecer los mares, hizo nacer la envidia, el odio y cuanto mal pudo desplegar sobre la tierra y aún así no logró acabar con ellos. Fue tanto el tiempo que Luahg paso en la tierra que no se percato de que el umbral por el que había cruzado ya no existía, cuando intentó volver a su mundo derrotado y asqueado, no encontró salida y se prometió a si mismo que si bien no podía salir, daría hasta su último esfuerzo por acabar con aquellos fenómenos. 

Una noche, cuando Luahg contaba con al menos unos 2000 vagando por la tierra, llenándola de desastres y dolor, se topó por casualidad con Taluna, una espíritu que como él, quiso llegar al hombre, pero no para destruirlo, sino para curarlo y permitirle, luego de cruzar por este mundo, volver a la verdadera tierra a la que pertenece como un espíritu más. 

Luahg enfurecido confrontó a Taluna, la culpó de su desgracia y la señalo por su fracaso. Taluna lo escuchó pacientemente y luego de verlo calmado le explicó: 

-Mi querido Luahg, la tierra, este maravilloso espacio que hemos llenado con regalos no es nada sin el hombre, el mal no puede existir sin el bien y como comprenderás sin el bien tampoco puede existir el mal. De tu desesperación e ira nací, así como hace muchos años el hombre nació de los regalos de todos los espíritus, pero a diferencia de ellos, yo no poseo materia, lo que deja mi espíritu libre para vagar por siempre en este mundo, de tu oscuridad nació mi alma y ella se alimenta de la poca esperanza que una vez trajiste a este mundo-. 

Luahg miró a Taluna y por fin pudo comprender que no existe nada más perfecto que la imperfección de estos seres, que como ella eran seres de luz y oscuridad capaces de comprender que esa materia que los hacía ser en aquel mundo, les permitía, una vez culminado su tiempo, volver al mundo de los espíritus en su esencia más pura. 

Fin.





Licencia Creative Commons
La Bruja por Alejandra Teran se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

No hay comentarios:

Publicar un comentario